
Melifluo Silvestre

Equipo Colaborador

Ana María Guzmán:
Asesoría gráfica y escritura de la introducción sobre el álbum.

Juan Arturo Herrera:
Escritura de las reseñas de cada pieza.

Camilo Pérez:
Asesoría audiovisual y creación del video de lanzamiento del álbum.

Mariana Guzmán:
Ilustraciones del video de la pieza "Furia de Hormigas".

Ivone Aristizábal:
Animaciones del video de la pieza "Furia de Hormigas".

Marlon Galvis Portilla:
Ingeniero de Mezcla y Masterización.
Sobre el álbum.
Atesorando cada recorrido y escribiendo mi destino he llegado a comprender el grandioso e inconmensurable espacio donde se posa la naturaleza. Ella, consorte del silencio y madre de la sensibilidad, me ha cautivado con su colorida amalgama y me ha dejado como regalo la inspiración y el cielo despejado de mi creatividad.
Diez veces suspiró mi alma y vio en sus canciones el reflejo de lo que he buscado y de lo que he sido.
Me dio la música y se convirtió en mi musa hablándome a media voz con el idioma de la vida, del que me he vuelto aprendiz.
Acá suena el eco de lo que fui, de lo que soy y de lo que me prometo ser. Acá donde retorna inmarcesible mi necesidad de atesorarla: ¡Oh tierra mía! Lugar que vuelve libres a los hombres que te aprecian.
Esta música contiene los secretos que hieren a nadie, que me contienen a mí (a mi naturaleza) como ser libre que desafía la injusticia, levanta la mano y no se calla.
Para ella va este Melifluo Silvestre.
Ana María Guzmán

Caminábamos una tarde, antes de un ensayo, Mateo y yo. Vamos, a paso quedo, bajo un amable sol de marzo, por un pasillo peatonal del que se desprende el singular olor del <<jazmín de noche>>, cuyas flores se ofrecen como preludio de los arbustos de lantanas. Ni siquiera el truco de su humor encubre el protagonismo de esos ramos -a pequeña escala- de flores coloridas. Las lantanas están a ambos lados del pasillo, y siempre que pienso en las lantanas me imagino las de ese pasillo expuesto y logrado (gracias a ellas).
Ahora también sé que, al igual que Mateo y yo, están dialogando unas al lado de otras, más quietas que quedas; más hermosas que nunca por la trampa del humor de los jazmines.
Juan Arturo Herrera.

Quizá sea la danza más despreciada, en principio. El vaivén de las ramas del árbol de aguacate no cautiva a los ojos ambiciosos por su ademán de frescura sino por su fruto. El aguacate, tratado como vegetal, suave y cremoso en su punto, suele estar fuera del árbol en nuestro imaginario colectivo; en una cesta, en una alacena, o abierto en una mesa, panzón como una pera y maleable como la mantequilla.
Digo <<en principio>> porque luego aparecen otros ojos (y otros oídos, dicho sea de paso) que devuelven el fruto a la rama y, por el viento de la montaña, a su vaivén perdurable. Mateo se acuesta con la mirada puesta en el cuadro verde sobre el lienzo azul del infinito y reconoce la danza, o sea el viento; y reconoce el respirar, o sea el aire…
…y es entonces cuando abre los oídos, mira sus dedos y recuerda su oficio.
Juan Arturo Herrera.

Si en verdad existe un territorio, un lugar habitable que se distinga y diferencie, la guadua fácilmente es el asta de la bandera del nuestro. Es especial, como el bambú, por ser hierba y no árbol, y porque así como es calcada, larguirucha y escueta, es también techo, puente, cerca, instrumento, herramienta, cama, silla, vasija y hogar. Es hogar enterrada y hogar
desenterrada; arrullo para el bosque andino y calor para el espíritu del hombre.
Juan Arturo Herrera.

Me dicen “El mago” por mis pócimas de flor de hibisco. Hacerla, en esencia, es fácil: tomo los limones y los huelo para adivinar el zumo y agradezco. Lo hago porque es su sangre y pronto será la mía. Al fondo de la pócima baño con el zumo una panela; esa piedra dulce que sabe a niñez fresca y a máscara de remedio. Para olerla y saborearla me hago inmensos los sentidos con la fuerza natural del jengibre, tan extranjero en su origen como cavar un túnel bajo nuestros pies y asomarse luego al otro lado de este mundo inmenso y distinto. Quizás por eso los sentidos se despiertan; porque cavan en el recuerdo de la ancestralidad. La pócima, como un jugo o un caldo, está llena del elemento hermano del fuego y de la vida: el agua. Agua para que los ingredientes se reconozcan.
La flor espera la unión. La flor cae entonces sobre el agua aderezada y la colorea. La pócima es roja como mi zumo; mi sangre. La mía, la de Mateo y la de todos.
Juan Arturo Herrera.

Las habaneras son elegantísimas. Cuando las imagino, las bailo o las escucho se convierten en una silueta de cuello estirado que perfila el mentón hacia ese sol vigía del mar. Puedo transformar esa silueta, cual ente del caribe grandioso, en criatura vegetal o animal. Puede volverse el baile pagano de las tres razas mezcladas del continente, la tradición naciente que deformó - por fortuna - los golpes (musicales) españoles, cuyo eco responde a lo que brota en la tierra. Las cuerdas, la percusión, el suelo del salón donde resuena la música inconfundible de la habanera, están hechos de madera, de tallo y de árbol. <<Arbolnera>> bautiza Mateo y <<Habanera>> bautiza el árbol vuelto golpe.
Juan Arturo Herrera.

Si hay algo superior al antropocentrismo que ha dominado cada lugar posible - y para la muestra no hay mejor botón que estar escribiendo sobre ello convencido de saber - son los elementos: aire, tierra, fuego, agua. Todo aquello que carece de maldad, que actúe de buena fe - vuelve el antropocentrismo - es noble. Es probable que no haya algo más noble que dar vida o mantener la vida, y no hay algo menos obvio que el agua.
Cuando los astrónomos observan los planetas concluyen sobre el viento, sobre el sol, sobre las superficies sólidas o gaseosas de nuestro sistema solar. El agua, en cambio, no es fácil de concluir. En los astros se escarba, se imagina o se reza por su existencia porque el agua es necesaria para la vida, y sin ella no es posible darla o mantenerla. Nada más noble que ella.
Brindaré con Mateo.
Juan Arturo Herrera.

Sé que Mateo ha compuesto una nueva pieza cuando escucho los trinos y trémolos que acompañan al gusto de su gesto. Las buganvilias del patio de ensayo se mecen al ritmo de sus dedos, agradecidas. Si Mateo trabajara con la pluma seguramente reemplazaría las letras por zigzagueos, volviendo siempre al idioma universal de la música (su música).

El profesor estadounidense Edward O. Wilson y el biólogo alemán Bert Hoelldobler afirmaron en 1994 que si se pesara a todas las hormigas del mundo éstas podrían igualar el peso de todos los humanos. La afirmación es incorrecta hoy en día, como lo fue también en 1994, pero hace pocos milenios tuvo sentido. En apenas cientos de años podrá no tener sentido alguno. La masa de insectos (no solamente las hormigas) está disminuyendo en un 2,5% al año según estimaciones. Para el año 2119 podríamos habitar - que ya es mucho decir ese “habitar” - un mundo sin insectos.
Mateo imagina a un hombre pisoteando un hormiguero y lo vuelve música. Lo hace porque se le ocurre. Y como a él se le ocurre una cosa a mí se me ocurre otra; una pregunta:
¿Qué tan grande es el pie del hombre?
Juan Arturo Herrera.
Esta pieza, sin embargo, no responde a su firma sino a Juanita. Cada trino responde a su marcha diminuta. Sería un golpe seco, repetido cuatro veces, pero hacen falta uñas para trinar un paso y a ella, a la pequeña Juanita, no le faltan.
Cuando la conocí me conmovió su ternura y sus maneras. Su ternura por la obviedad indiscutible de su aspecto. Sus maneras por sus once años. Los años suman en todos, porque todos aprendemos a existir. Me alegra que Juanita tenga una pieza. Me alegra que también lo tenga a él.
Juan Arturo Herrera.

Cuando hicimos nuestro primer concierto como agrupación de cinco integrantes: llovió. Es cierto que un concierto con lluvia no es novedad, y para restarle más importancia visual fue dentro de una de esas casas que convierten en bares para hacer el recinto más acogedor ¡Y lo logran! Luego hicimos un ensayo y llovió también. A veces sacaba el cuatro y llovía.
No recordaría el fenómeno tan común y explotado por todos nosotros (los artistas) en la poesía, la música, la danza, la literatura, el cine - donde la sombrilla estorba, pues los besos son bajo la lluvia - si no fuera porque en todos los momentos donde nos llovía habíamos tocado <<Cielo>> un pasaje modal con tantos cambios de humor como el homenajeado mismo.
Imagino que Newton sabría que el cielo es jaula cuando le cayó la manzana, así como Galileo sabría que hay más cielos sobre el cielo cuando pudo demostrarlo. Para Mateo es diario y testigo de sus deseos, preguntas, preocupaciones, lágrimas, suspiros y plegarias.
A mí me causa una fascinación inmensa sin tener clara una razón fundamental, pero jamás olvidaré que correspondió mi música conmovido por el llanto y que esta noche, mientras me inspiro escuchando <<Oración al cielo>>, también llueve al asomarme por el balcón. Quise tocar la lluvia, regalo caído del -de nuevo- homenajeado.
Juan Arturo Herrera.

Los campos, con su luz y sus dulzores,
Terruño virgen o sujeto a arados.
Hogar de campesinos y canciones,
O huérfano de hombres cual buen hado.
La luz artificial o la del día,
Así como los postres y panales,
Revelan regocijos por la vida
Demostrado en zumbidos o pesares.
Y así como las moscas, las abejas,
así como los hombres en el tiempo,
reposan en las mieles de la vida
los melifluos sonoros contra el viento.
Juan Arturo Herrera.
DESCRIPCIÓN DE LAS OBRAS
Escritas por Ana María Guzmás y Juan Arturo Herrera Polanía.